Dar es Secreto

Estamos en un camino para convertirnos en quienes Dios nos ha llamado a ser.

Es un camino sin fin, pero es uno que puede estar lleno de mucho gozo cuando reconocemos que nuestro Dios todopoderoso y amoroso está con nosotros en cada paso del camino. Si bien, el camino puede ser uno de gozo, también puede ser un camino lleno de luchas y desafíos a medida que luchamos por derrotar nuestra vieja naturaleza y permitimos que la nueva creación florezca dentro de nosotros y fluya en todo lo que hacemos. A medida que crecemos en la naturaleza de Jesús, comenzamos a separar nuestros pensamientos de la cosmovisión de hoy, y, en cambio, vemos el mundo con una perspectiva del reino. Ya no somos motivados por el deseo de ser conocidos ni necesitamos exhibir todo lo que hacemos para que los demás lo puedan ver. Ya no necesitamos mostrar lo que estamos haciendo por los demás ni tratamos de contárselo a tantas personas como sea posible. Dejamos de alumbrar una luz sobre nosotros, y, en cambio, nos enfocamos en convertimos en quienes Dios nos creó para ser y en hacer todas las cosas con el fin de glorificarlo.

¿Cuál es nuestra motivación detrás de nuestro deseo de dar? ¿Compartimos las cosas buenas con las que Dios nos ha bendecido para llamar la atención a nosotros mismos y recibir elogios de nuestro prójimo? ¿O estamos dispuestos a compartir y dar sin tener ningún deseo ni necesidad de que se sepa? Cuando somos conscientes de la naturaleza omnisciente y omnipresente de Dios, que Él ve todo lo que hacemos y sabe lo que nos motiva, no debemos temer ni estar avergonzados, sino ser humildes y regocijarnos de que Él nos conozca tan bien. Entonces, de una manera temerosa de Dios, damos en secreto, sabiendo que nuestra audiencia de Uno es la única audiencia que importa. Saber que somos amados por Dios debe liberarnos de los enredos de la arrogancia y el deseo de vanagloriarse, y nos permite disfrutar de la luz de Su gloria para que podamos reflejar Su amor al mundo que nos rodea.

En Mateo 6:14, Jesús enseña una lección a los fariseos —y a todos nosotros—, sobre mantener en secreto nuestro dar para fomentar la humildad y evitar la vanagloria. Jesús dijo: «Cuídense de no hacer sus obras de justicia delante de la gente para llamar la atención. Si actúan así, su Padre que está en el cielo no les dará ninguna recompensa. Por eso, cuando des a los necesitados, no lo anuncies al son de trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente les rinda homenaje. Les aseguro que ellos ya han recibido toda su recompensa». (Mateo 6:1-2 NVI).

Jesús advirtió que el reconocimiento y la admiración de los demás es la recompensa que reciben los hipócritas por su generosidad, pero su acción no es recompensada por Dios. En pocas palabras, Jesús nos enseña a no buscar una audiencia cuando damos. ¿Alguna vez has postergado tu participación en ayudar a alguien en necesidad porque no había nadie que te viera hacerlo? ¿Qué mensaje le da esto a la persona en necesidad y qué dice sobre la condición de tu corazón? Si tendemos a dar abiertamente solo en la presencia de los demás, quiere decir que pensamos que nuestra dádiva es bastante significativa. Pero dar en secreto implica cierta modestia, ya que nos damos cuenta de que nuestro dar es bastante insignificante en comparación con el dar del Eterno. Él es el gran dador de todas las cosas, y nuestro dar nunca opacará el Suyo. Todo lo que se nos ha dado proviene de Dios, y Él nos coloca donde podemos compartir lo que hemos recibido. Debido a que Él es la única audiencia que importa y que siempre ve todo, nunca debemos demorar nuestra ayuda porque no haya nadie que atestigüe nuestras acciones.

Después, Jesús dice que no hay necesidad de anunciar tus obras cuando cuidas de los necesitados para que otros sepan lo que hiciste y te honren con alabanzas. Como leemos en los Evangelios acerca de todo lo que Jesús hizo mientras estuvo en la tierra, nunca lo vimos buscando alabanza por Sus obras de bondad. En cambio, a menudo leemos que Él se apartaba para estar solo y para orar. Dios es quien nos ha equipado con lo que necesitamos para poder ayudar a quienes están en necesidad. Cuando realmente reconocemos esto y sabemos que somos Sus humildes servidores, nos percatamos de la insensatez de hacer un alboroto por lo que estamos haciendo. Incluso si encontramos razones para justificar por qué está bien o es necesario compartir nuestras buenas obras, no necesitamos sacar provecho de ninguna de las plataformas disponibles (p.e. redes sociales) para dar a conocer a todos lo grandes y generosos que somos. A medida que crecemos en nuestra fe, sabemos lo vano que es buscar la alabanza de nuestro prójimo por lo que Dios ha hecho a través de nosotros. Es una experiencia tan gratificante cuando podemos cooperar y brindar la ayuda que alguien tanto necesita, y luego simplemente alejarnos con el gozo y la satisfacción de saber que utilizamos las herramientas que Dios nos dio para compartir Su amor con alguien. Si descubres que necesitas celebrar lo que has hecho, alaba y adora a Dios y haz estruendo en Su dirección.

«Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público». (Mateo 6:3-4).

Jesús está enseñando sobre los motivos detrás del dar cuando habla acerca de tu mano izquierda y tu mano derecha. ¿Estás motivado a dar porque sabes que recibirás algo a cambio? ¿Estás dispuesto a ayudar a alguien solo porque sabes que corresponderán a tu «bondad»? Nuestros motivos para dar deben ser puros. Deben nacer de nuestro amor por Dios y nuestro amor por los demás. En el ejemplo de dar que Jesús comparte en la Parábola del Buen Samaritano, Él nos enseña cómo es dar sin pensar en la reciprocidad o la fanfarria. El samaritano tuvo compasión del hombre que había sido herido. Lo vendó, lo llevó a un lugar seguro y lo cuidó por completo. Luego el hombre se marcha solo con la promesa de devolver todo lo que se gaste para cuidar a este desconocido en necesidad. En ninguna parte de la historia vemos al samaritano buscando o recibiendo elogios, ni dice que regresará para recibir lo que se le debe. ¿Qué lo motivó a mostrar tanta misericordia y compasión? Él simplemente estaba cumpliendo los mandamientos de amar a Dios y amar a su prójimo (ver Lucas 10:26-28).

Nuestro amor por Dios nos motiva a ser obedientes a Su voluntad y nos impulsa a tener un corazón abierto para con los demás. Como hijos de Dios, debemos aprender a dar sin pensar en lo que recibiremos a cambio, porque sabemos que nuestro Padre celestial siempre cuidará de nosotros. Esto es contrario a las costumbres humanas y sociales; para algunos, esta una forma de negocio y de vida. Pero Dios nos recompensa cada día de maneras que reconocemos y verdaderamente de muchas más maneras que no reconocemos, y Él continuará haciéndolo por toda la eternidad. Simplemente, nuestra relación con Él es la mayor recompensa. Un himno antiguo del coro expresa: La meta más grande

A medida que llegamos a ser quienes Dios nos ha llamado a ser, regocijémonos dando en secreto porque sabemos que nuestro dar promueve la obra del reino y glorifica a Aquel que es el único digno de alabanza.